¿Recordáis alguna frase relacionada con la alimentación que os decían vuestras abuelas o madres cuando erais pequeños? ¿Aquellas frases lapidarias alrededor de la comida, zumo de naranja en mano, por ejemplo?
Y es que nuestra niñez ha estado rodeada de afirmaciones de madres, padres, abuelas, tías, tías-abuelas …. acerca de cómo y de qué debíamos alimentarnos, pronunciadas con tanta fuerza y seguridad que llegaban a transformarse, por unos minutos, en eminencias médicas o nutricionistas.
Seguramente, pasados los años, muchos de vosotros os habéis encontrado en situaciones similares. Y seguramente, a día de hoy, la eminencia ya no es tu madre o tu abuela, ahora eres tú.
Vamos a ver en este post algunas de esas frases que podríamos elevar a la categoría de “míticas” y cuál es la base científica que las sustentan (más allá de la madre, abuela o de ti mismo).
Cuando la cosa iba de zumos, el “tómate rápido el zumo que se le van las vitaminas” no podía faltar.
Un “tómate rápido el zumo” no tenía tanta fuerza si detrás no se acompañaba de la sentencia “que se escapan las vitaminas”. Y ¿Dónde iban esas vitaminas? Yo las imaginaba volando por encima de la mesa, jugando al parchís o haciendo carreras. ¿Realmente es un argumento suficientemente potente como para hacer que los más pequeños se tomasen el zumo , y “rápido”? Y ¿por qué la frase no era “tómate el zumo sin colar, que en la pulpa están las vitaminas”?
Ahora bien, científicamente, ¿las vitaminas se van volando por arte de magia? ¿hay un tiempo estipulado científicamente entre la última naranja exprimida y el primer sorbo de zumo?
Pues parece ser que eminencias en el campo de la salud pública nutricional coinciden al afirmar que los que hasta el día de hoy hemos creído a pies juntillas esta afirmación, estábamos del todo equivocados. Resulta que las vitaminas del zumo recién exprimido no pierden sus propiedades de forma inmediata; la vitamina C se conserva perfectamente en el zumo durante varias horas, algunos estudios declaran que hasta 12 horas. Por lo tanto, parece ser que no hacía tanta falta esa rapidez por cuestiones nutricionales, sino era por cuestiones temporales, o de la propia paciencia interna del progenitor.
Y si en el caso del zumo de lo que se trataba era de beberlo rápido, en otras ocasiones el objetivo era dejar pasar el tiempo después de comer. Me refiero a otra de las míticas frases de la niñez, esa frase que sentenciaba que “Hasta que no pasen dos horas no puedes bañarte, o tendrás un corte de digestión”. ¿Quién no la recuerda? Seguro que todavía la tenéis en mente y casi seguro que también la habéis reproducido en vuestros hijos. Y es que, en realidad, igual no estamos 100% seguros de lo que pueda pasar o no, pero aquí ya entra en juego el miedo y, bajo la bandera de “por si acaso”, mejor hacemos caso.
Pero pensemos ¿Cuándo nos lo decían? Después de comer, ¿verdad? Y pensemos … ¿qué es lo que más nos apetece hacer, ahora que somos adultos, un soleado día de agosto, a les 15:00 horas exactamente, justo después de comer? ¿Vigilar a los más pequeños mientras se bañan…?
De hecho, cuando somos pequeños, poca noción del tiempo tenemos, por lo que, si eran dos horas o no, podría depender de cuánto durara la siesta de nuestros sacrificados padres.
Lo cierto es que en la actualidad el hecho de esperar 2 horas después de la comida para entrar a la piscina o al mar no tiene evidencia conocida para prevenir el corte de digestión.
Es más, el término “corte de digestión” en sí, aun siendo una expresión conocida y aceptada popularmente, no está reconocida como entidad clínica. Desde el punto de vista médico, se habla bajo términos de síndrome de hidrocución, entendida como la reacción que el cuerpo puede desencadenar ante cambios bruscos de temperatura, resultando ser el corte de digestión uno de los síntomas a la hidrocución, no la causa. Mareos, palidez, náuseas, calambres, vómitos, sudoración o visión borrosa son otros de los síntomas de someter al cuerpo a un cambio brusco de temperatura.
Desmentidas dos de las frases más lapidarias de nuestra niñez, ¿Qué me decís del trinomio “agujetas – azúcar – agua”?
También nos decían, y en la actualidad algunos todavía pensamos, que un vasito de agua con azúcar era la fórmula mágica que deberías tomarte antes de ir a dormir y después de una jornada deportiva inesperada (e intensa), evitaría ese despertar acompañado de las temidas agujetas al día siguiente. ¿verdadero o falso? ¿eficaz o placebo?
Para averiguarlo vamos a centrarnos exactamente en lo que entendemos como “agujetas”, ese dolor tan molesto que se apodera de los músculos de nuestro cuerpo cuando lo hemos sometido a esfuerzos, horas después de finalizar la actividad deportiva (normalmente a las 12-48 horas).
El mito del vaso de agua con azúcar se sustenta en otro mito; el del causante del origen de las agujetas. Y es que antiguamente se pensaba que, tras someter a un sobreesfuerzo a nuestros músculos, se creaban unos cristales de ácido láctico en ellos (causantes del dolor), y que estas partículas de ácido eran solubles al azúcar y agua, y, por lo tanto, susceptibles de ser eliminadas, haciendo desaparecer paralelamente la sensación de dolor.
A día de hoy, está científicamente probado que el origen de las agujetas nada tiene que ver con el ácido láctico: la ciencia desmonta el mito.
Estudios recientes concluyen que las agujetas son fruto de micro roturas de las fibras musculares, producidas por la exposición del músculo a un esfuerzo. Estas roturas son las que nos van a ayudar a ganar masa muscular. Es decir, son el síntoma externo que nos indican que el musculo trabaja para reconstruirse con el objetivo de mantener su capacidad frente al nivel de actividad física al cual ha estado sometido.
Podemos concluir que, efectivamente, consejos de nuestras madres y abuelas sobre alimentación y salud hay muchos, seguro que no los podríamos contar con los dedos de las manos. Y podemos concluir incluso que, aun siendo conscientes de la ineficacia científica del mito en sí, somos capaces de reproducirlos hacia las generaciones futuras como han hecho con nosotros. Quizás es una mirada llena de romanticismo y respeto a nuestro pasado, recuerdos nostálgicos o bien una potente resistencia interna a la cual nos aferramos para no llegar a asumir algunos de aquellos pequeños engaños de nuestra niñez.